Apenas tenía cinco años y mi padre me violaba todas las noches repetidas veces con una mano estrujando mi cuello hasta ahorcarme. Cuando por fin mi madre se enteró me llamó "pequeña ramera" y con una paliza me echó de casa un día lluvioso por acostarme con su marido. No fue una vida buena, no, pero mejoró drácticamente, pues ahora vivo en una caja de cartón en un callejón con 4 gigabytes de internet y calmo mis ansiedades y traumas infantiles con mecanografía.